Me siento atraída por su atinada sabrosura, a veces me asombra con movimientos bruscos, pero otros días me regala sabores más interesantes y delicados. De un año a otro, la vida cambia cuando recorremos callejones atrevidos pero seguros, mientras que abandonamos calles transitadas y aburridas. No es que dejemos la adolescencia temeraria por la madurez cansada, al contrario, aprendemos a dar pasos más estudiados. La experiencia es el regalo más trascendente que nos teje el cielo, aunque parece que no todos sabemos abrirlo, nos gusta más presumirlo que curiosearlo.
Esa buena tarde de naturaleza cálida, acepté la invitación del señor, me atreví a sacar la botella de whisky, quizá creyó que me quise ver mayor, pero yo pensé que él mejor que nadie sabría deleitar gotas doradas. Sólo pretendía relajar mi mente para parecer reflexiva ante sus ideas. Con el cabello suelto, evaporé mis tendencias mesuradas que suelen interferir cuando tomo la píldora de estímulos extrañamente planteados. Todo cerebro tiene varios mundos, los utilizamos según su atmósfera o los escondemos conforme a los prejuicios. El superior tiene tanta sabiduría que nunca consigo transformarla en sueños, porque el máximo nivel al que un humano llega es el intento; es tanta la inteligencia que nuestras imágenes requieren más de una vida para fructificarla. Pero, por más trabajo que cueste, el instinto por aprender está dispuesto a establecerse en cualquier conocimiento.
Ese día, mi cuerpo estaba envuelto en sábanas transparentes, que se comportaron muy amables con mi piel. No me quejé del viento ni sentí dolor por la verdad. Él suele jugar con nuestros destinos y nosotros seguimos sin comprender su lógica. La única palabra que utilizamos es locura, siendo incapaces de involucrarnos a su libreto, salvo con anfetaminas. Comenzó a contarme su último sueño…
Me gustó su primera locación, la cabaña en la montaña, con bastante olor a madera y las luces de atardecer. Entonces imaginas el ruido entre los pinos simulando el agua correr. A minutos de caer la noche, dibujó unos zombies, había que matarlos con escopetas o espadas. Dos opciones y nunca me decidí cuál era más impresionante. Me causan mucha gracia esos monstruos, son un espejo distorsionado con maquillaje Mac y ropa Cavalli, la puritita cotidianeidad, lo mismo que hojear la revista Vogue. El segundo personaje se hizo pasar por un caballo chaparro, pero nunca pony, creo que me quiso decir que si no es negro, tampoco tiene que ser blanco. Invirtió en un río muy tranquilo que llegaba a la ciudad. Para no aburrirme, trazó con una ventana donde se asomaba el fantasma de una mujer, con un vestido victoriano azul. Resultó que esa mujer tenía una hija divina de 1 o 2 años. ¡Bingo!, coincidimos en la imagen divina, después de tres tragos las representaciones se van independizando; ya comprendí que los sueños no son una demencia, sino un sinónimo de guiones cinematográficos. Siguió su historia en un set de equipos electrónicos, con todo y vendedores, entonces ya supuse que hablábamos el mismo idioma. Al principio me costó trabajo entenderlo, pero después me acostumbré a sus variaciones entre llegadas y salidas de los personajes.
Sólo hubo un momento en que no percibí por qué me invitó a sentarme y me envolvió en su ficción. Algo quería, pero nunca me reveló para qué me necesitaba ahí. De pronto, dice que me vio, me tomó de la cintura, y… desaparecí. Con eso tuve para creerme de nuevo involucrada, tampoco debo ser la protagonista. Siguió con los actores, renombró a la pequeña, y su hermana, nunca me explicó cómo llegó un familiar, ni se lo cuestioné. La cuestión del drama era entregarle a la pequeña, había que regresar a la cabaña antes de que el río creciera, pero era justo el momento cuando se descubriría quién era el fantasma que se delineaba en la ventana. Pero qué coincidencias del tiempo “real” y el sueño que se disparan en el mismo segundo y despiertas con un ruido del exterior. A veces espero en mis sueños una llamada, y me despierta el teléfono.
No me dijo el final, ni me propuso transcribir códigos, sólo me enseñó que en lugar de creer tener la razón, hay que tener la sensación de que hay algo más, aunque no lo sepamos definir. La vida tangible tiene los mismos contextos paradisiacos, con transiciones incomprensibles que nos hacen flotar en la corriente humana. De vez en cuando es bueno salirse de la rutina y platicar con seres interesantes, llenos de intuición distinta a la propia para que nos ayuden a fortalecer la falta de aceptación a otras realidades.
Me terminé el líquido, sonreí y me despedí. Todos los días ansío volver a sentarme a su lado y escucharlo, dejaré que el destino me lo delinee.u